miércoles, 9 de mayo de 2007

Tecnología y teoría crítica

En la informática han cristalizado, como hemos visto, muchos de los avances científicos que la humanidad venía planteando en los últimos tiempos desde campos tan diversos como la lingüística, las bellas artes, la física o las matemáticas. Y en la interconexión a nivel planetario que supone Internet, puede verse potencialmente la vocación de comunicación libre a la que, en principio, todo sistema democrático aspira. Pero estos avances ¿constituyen verdaderamente un cambio profundo en la sociedad y su manera de percibir el mundo hasta el punto de hacer necesaria una reformulación de los caducos valores epistemológicos y del metalenguaje válido para aproximarse a la realidad? A continuación, profundizaremos en el campo de la nueva teoría crítica y sus diversas manifestaciones, tratando de ofrecer una respuesta positiva a esta cuestión.

Lo cierto es que en las últimas décadas del siglo XX, aparejada a la revolución informática, ha acaecido una crisis profunda de la teoría crítica en su metodología y fundamentos. La labor crítica se ha visto impelida a replegarse sobre sí misma cuestionando sus mecanismos, su estatus y su condición, de modo que nunca se habían escrito desde la teoría crítica tanto acerca de la propia teoría crítica. Se trata del movimiento conocido con el nombre de “postmodernidad”, que ha revolucionado irreversiblemente el mundo de la intelectualidad en todas sus manifestaciones.

No quisiera caer en elucubraciones cabalísticas como quien busca el nombre de Dios entre cifras y fechas; evidentemente, se trata de una coincidencia que en los tres años que van desde 1967 a 1969, se dieran tres acontecimientos fundamentales en el decurso de la historia para que hoy en 2007 sea planteable este trabajo de investigación: en lo cultural, 1967 fue el año en el que Derrida publica sus tres primeros y más influyentes libros: De la Grammatologie, Minuit, París; L'Ecriture et la différence, Seuil, Paris; La Voix et le phénomène: Introduction au problème du signe dans la phénomènologie de Husserl, PUF, Paris. Con ellos se inaugura una manera inédita de hacer crítica que tendrá una repercusión extraordinaria en el mundo de la intelectualidad, especialmente por su recepción transatlántica. En lo político, 1968 no solo trajo consigo la consabida revuelta estudiantil e ideológica en las calles de París, este año también supuso la rebelión en Praga contra el socialismo soviético y la matanza de Tlatelolco en México, acontecimientos, todos ellos, que destilan el inconformismo ante sistemas políticos e ideológicos ya caducos. Y en lo tecnológico, 1969 fue el año en que se diseñó ARPANET, la primera red basada en la tecnología de protocolos y que durante los años setenta posibilitó las primeras comunidades de redes que más tarde constituirían Internet. Estos acontecimientos tienen en común un entorno histórico, una situación social y de avance tecnológico que podríamos catalogar de agotamiento de modelos previos, pero no creo necesario indagar en exceso en posibles motivaciones recíprocas entre ellos. No obstante, asumiéndolos en calidad de fechas emblemáticas, podemos considerarlos como el punto de partida de unas líneas de fuga que con el tiempo irán convergiendo en numerosos aspectos. Algunas de estas convergencias nos parecen tan interesantes como para dedicarles, en lo sucesivo, algunos capítulos específicos en los que las trataremos pormenorizadamente.

Al comienzo de esta introducción hemos querido investigar la relación existente entre la cultura, en términos generales (como sistema económico y socio-cultural), y la tecnología. Si ahora queremos afinar más y cuestionarnos la relación entre tecnología y crítica, nos encontraremos, naturalmente, con que no es de menor importancia la interdependencia entre una y otra. De hecho para Terry Eagleton, la crítica, cuya primera manifestación fue en el campo de lo literario entre los siglos XVII y XVIII con revistas como The Tatler y The Spectator, nace vinculada al desarrollo tecnológico de la imprenta que posibilitaba la edición de opiniones periódica (tres veces por semana) y de manera económica. La idea misma de “crítica”, entendida como “examen y juicio acerca de alguien o algo que se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística, etc.”[1], requiere para su existencia un elemento fundamental de la modernidad, como es, un espacio público de emisión y recepción de ideas que viene condicionado por la existencia de unos medios de comunicación y una determinada tecnología que los posibilite. La imprenta es la tecnología primera que posibilita este espacio público, aunque con los avances científicos en el campo de la difusión de información, aparecen nuevas tecnologías de mayor alcance en las que se alberga ese espacio público como son la radio y la televisión. Claro que, el nada desdeñable costo técnico y económico de editar en estos formatos de difusión, junto con el interés por su dominio que despiertan en los poderes fácticos debido a su enorme proyección de masas, hace dependientes a estos medios de las empresas, corporaciones u organismos estatales que los patrocinan. Pronto se convierten, más que en soportes técnicos para la difusión de un espacio público, en auténticas plataformas publicitarias para las diferentes campañas de relaciones públicas de sus propietarios y patrocinadores. En realidad, las revistas The Spectator y The Tatler, no dejaban de ser plataformas para una incipiente campaña de relaciones públicas que promocionaba una visión de la burguesía culta, refinada y digna de establecer una alianza social con la nobleza. Pero por otro lado, una vocación de comunicación libre, derivada más del orden de lo humano que del de las posibilidades técnicas de difusión, empuja a la crítica a liberarse de todo elemento de dominio y de censura. Para Terry Eagleton, esta independencia, que está en la base de la misma noción de crítica moderna, ha sido precisamente el terreno de batalla en el que ha luchado hasta hoy el intelectual sin haber conseguido nunca, según Eagleton, tomar del todo la plaza[2]. Independencia, desinterés, incondicionalidad… son conceptos que al mismo tiempo que definen, como requisito esencial, el acto crítico, constituyen el objeto nunca alcanzado de su eterna lucha. Por ello, en la actualidad, la crítica se venía asociando al medio de la letra impresa, por disfrutar éste de un cierto grado de autonomía frente a la propaganda, y como mucho, podíamos observarla en espacios muy periféricos del mundo televisivo y radiofónico. Aun así, el mundo editorial de la letra impresa sigue teniendo un férreo control en sus contenidos que se verifica en dos flancos: por un lado las macro-editoriales privadas, que controlan los grandes recursos de difusión y visibilización de las obras; por otra, el academicismo, las publicaciones que se producen en el entorno académico y de las universidades, que dependen en muchos casos de políticas internas que no siempre responden al interés de la comunicación libre.

Lo que ha ocurrido en las últimas décadas del siglo XX es que, paralelamente a la crisis de la modernidad, que dio luz a la crítica gracias a la tecnología de la imprenta, casi simultáneamente, cómo hemos visto, al agotamiento de los principios fundamentales de la modernidad, ha acaecido la reinvención de la imprenta, el fin de la hegemonía de la letra impresa, la arrasadora aparición, con sus novedosas y fructíferas aplicaciones, de la textualidad virtual. La letra digital, ubicua, presente y ausente al mismo tiempo, liviana en sus viajes a través de la Red y que entraña en sí misma el orden y la orden de búsqueda para ser hallada, provee al escritor de unas facultades difíciles de imaginar en los contextos culturales previos. Un crítico que escriba sus opiniones hoy en día en la red se convierte automáticamente en su propio editor y la Red en su empresa distribuidora. Así de sencillo. Y no solo eso: por medio de los hipervínculos puede generar una red de textos satélites en torno al suyo de acceso interactivo; con el desarrollo y difusión de la banda ancha, puede añadir material audiovisual a su texto y, además, puede ofrecer al lector la posibilidad de añadir comentarios y modificaciones al texto original. Todas estas ventajas con respecto al sistema anterior de tinta y platina, traerán consigo una inevitable reformulación de los usos y sistemas de impresión de la que tan solo nos encontramos a las puertas. No se trata de que el hipertexto vaya a sustituir a la letra impresa, sino que se añade como herramienta de trabajo al escritor, y por sus características favorecedoras de la comunicación libre de mediaciones y controles de contenido, se trata de una herramienta muy adecuada para la vocación crítica. En la medida en que la Red no se convierta exclusivamente, como la radio y la televisión, en una plataforma propagandística para sus propietarios y patrocinadores, podrán encontrarse entre sus contenidos, materiales críticos tanto o más independientes que los que podemos encontrar en soporte físico.

Ahora bien, no debemos echar las campanas al vuelo. Antes de continuar es preciso aclarar que toda esta revolución de la comunicación humana producida por Internet, lo es tan solo en potencia. Es decir, en términos totales su influencia en la sociedad no deja de ser ínfima por varias razones. La primera y fundamental es su carácter elitista: muy pocas personas en el mundo tienen acceso a un ordenador y mucho menos a una conexión decente a Internet, con lo que la inmensa mayoría de seres humanos quedan excluidos de la conversación. La segunda razón es su extrema novedad: la World Wide Web, el principal servidor de sitios web que todos conocemos, alcanza este año 2007 su mayoría de edad, cumple dieciocho años, lo que, inevitablemente, supone que muchas de las personas que viven en el mundo informatizado y tienen acceso diario a una buena conexión a Internet, cuya voz sería de un valor inestimable en la conversación de la red, queden fuera de ella por su falta de familiaridad con el medio, por haber recibido toda su formación académica en un entorno ajeno a todas estas posibilidades hipermediáticas. Es por ello que debemos referirnos a la revolución de Internet en términos de potencialidad. Su potencial comunicador radica en que un nigeriano, pese a que toda África tiene tan solo el 1’5 % de las direcciones IP del mundo[3], siempre tiene la posibilidad de encontrarse con un ordenador con una conexión, por mediocre que sea, y plasmar allí sus ideas y experiencias al mundo entero. Su potencial radica, así mismo, en que dentro de cincuenta o sesenta años ya no quedarán personas en el mundo industrializado que no hayan aprendido a leer en una pantalla de ordenador conectado a la red y a escribir mediante un procesador de texto con capacidades hipermediáticas. Pero al tiempo que subrayamos estas potencialidades alentadoras, no debemos olvidar que los sistemas novedosos, en ocasiones, producen expectativas que desaparecen al ser absorbidos por el Marco Institucional y sometidos al régimen de poderes vigente. Por ello debemos andar con pies de plomo al aventurar desarrollos futuros y analizar con lupa todas las iniciativas en la red, para asegurarnos de que responden al deseado espíritu democratizador de los contenidos y no a un interés particular de lucro o propaganda.

El mundo de la crítica y el de la tecnología, como hemos visto, son interdependientes y se retroalimentan, pero toda tecnología requiere de un lapso de tiempo para ser asumida y encauzada en la dirección deseada por sus usuarios. En este caso los cambios tecnológicos han sido tan rápidos y complejos que podemos decir que todavía no han podido ser asimilados por la mayoría de intelectuales y pensadores. Tan solo los que tienen una vinculación con el mundo de la informática desde su inicio, consiguen avanzar simultáneamente con las nuevas tecnologías, pero por lo general, la mayoría permanece al margen de los procesos, motivaciones, limitaciones o potencialidades de estas tecnologías, como meros usuarios pasivos. Esto explica porqué en el año 2007, Internet, pese a estar reconocida públicamente como el avance tecnológico más significativo de los últimos siglos, siga quedando al margen de prácticamente la totalidad de los programas educativos de grado básico, intermedio o superior. En una interesante entrevista a Robert Cailliau CERN, co-desarrollador del WWW junto a Tim Berners-Lee, éste hace referencia, precisamente a las limitaciones de Internet debido al desconocimiento que de ella tienen la inmensa mayoría de sus usuarios. Considera aspectos “clave” de Internet “su total desorganización, la total incomprensión por parte de políticos y de medios de comunicación, y el hecho de que sea desesperanzadoramente malo como tecnología de comunicación”. Según este pionero de la Red “el usuario medio no tiene NI IDEA de lo qué pasa ya que la complejidad de los sistemas digitales excluye el hecho de que los entendamos”. En otra parte de la entrevista lanza esta visión absolutamente fatalista sobre el futuro de Internet: “actualmente ya son tan difíciles [los sistemas digitales] de manejar que el 95% de la población está totalmente perdida frente a ellos. Dependemos de un sistema que no entendemos, sobre el que no tenemos ningún control, y que es extremadamente frágil: nótese que casi todos los microprocesadores están fabricados por una única compañía y que casi todos los programas son desarrollados por una única empresa. Personalmente calificaría esta situación como de desastre inminente”[4]. Efectivamente, la situación, como en todo momento de cambio, es crítica. Pero frente a la gran amenaza, tan acertadamente señalada por Robert Cailliau, de las grandes corporaciones que aprovechan nuestra ineptitud para dominar la totalidad del sistema, existe también un movimiento, pequeño en porcentaje pero nada desdeñable en números absolutos de individuos, que teniendo conocimientos avanzados en sistemas digitales, no aprovechan su ventaja para hacer dinero a costa de la ignorancia de los demás, sino que comparten libremente sus aportaciones a la tecnología informática y de redes, no restringiendo el acceso y modificación del código fuente de sus programas. Además, como ya hemos señalado en varias ocasiones, desde el año noventa y nueve, y con especial profusión desde el año dos mil uno, a raíz del once de septiembre, han aparecido programas de distribución gratuita, que facilitan extremadamente la edición de contenidos multimediáticos en la Red. Se trata de los famosos blogs o bitácoras, que están produciendo una incorporación sin precedentes de material en la Red con el consiguiente aumento de la democratización de sus contenidos.



[1] RAE.

[2] Eagleton, Terry, La función de la crítica, Paidós, Buenos Aires 1996.

[3] Según un estudio de la compañía Ipligence publicado por la Conferencia de la ONU para el Comercio y el Desarrollo en 2007.

[4] Fragmentos de entrevista extraídos de La historia oculta de Internet a través de sus personajes publicado en Wikilearning por Andreu Veà, bajo licencia Creative Commons.

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