miércoles, 9 de mayo de 2007

Tecnología y control

En esta perspectiva, la evolución de la sociedad parece estar vinculada al progreso técnico científico, como si ambas cosas compartieran la misma lógica. El ciudadano, que depende del progreso científico para mantener su bienestar, debe asentir ante las decisiones de los poderosos que en última instancia auspician ese progreso, y esta situación está hasta tal punto institucionalizada que ya desaparece de la conciencia del ciudadano y si es formulada se considera una obviedad. De este modo los poderes pueden velar por sus intereses ya que estos coinciden en última instancia con los del ciudadano. Se trata de una estrategia que sospechosamente recuerda mucho a uno de los principios rectores de la propaganda en los anuncios publicitarios que siempre rezan: “¡queremos ayudarle!” Cuando en realidad lo que quieren es que les ayudes a ellos comprando su producto. Y digo sospechosamente porque a lo largo del siglo XX las estrategias de control político han ido perfeccionándose en cuanto a sutilidad e invisibilidad. Habermas describe cómo el dominio manifiesto que se daba en el estado totalitario se ve reemplazado en la sociedad industrial avanzada por las “coacciones manipulativas de una administración técnico-operativa”[1]. En el año sesenta y ocho, habla de una tendencia en las sociedades industrializadas avanzadas hacia un tipo de control del comportamiento dirigido más bien por estímulos externos que por normas: «la reacción indirecta por estímulos condicionados ha aumentado sobre todo en los ámbitos de aparente libertad subjetiva (comportamiento electoral, consumo y tiempo libre)»[2]. Es decir, el comportamiento de la sociedad viene condicionado por los estímulos externos producidos por la propaganda. La propaganda entendida en toda la amplitud de su poderoso radio de acción, que va desde la política al más ínfimo hábito de consumo. El control del ciudadano se orienta más hacia su subjetividad que a sus libertades concretas, y sólo se recurre a la suspensión de éstas en el caso de que las conductas atenten directamente contra la estabilidad del sistema. En una frase de Chomsky, simplificadora, pero con una enorme fuerza gráfica “la propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al totalitarismo” (Buscar cita).

En el año sesenta y ocho Habermas observaba una tendencia a este tipo de dominio a través de la propaganda. Ahora podemos decir que esta tendencia es tan fehaciente que educa a nuestros hijos. Las Relaciones Públicas se han convertido, en la actualidad, en la piedra angular de toda empresa privada o pública. El dinero que se invierte en propaganda supera en muchos casos el coste de producción. Incluso algunos productos son en sí mismos propaganda y no tienen ninguna función para el consumidor fuera de su propia publicidad. Pero también la política es una gran campaña de relaciones públicas. Cada vez más los mítines televisados y las declaraciones de los políticos se asemejan más a un anuncio de Dixan. No en vano vivimos en la era de la comunicación, y la propaganda consiste en la comunicación entre el vendedor y los consumidores a través de los medios de comunicación. Pero no se trata de una conversación desinteresada por el placer de aprender y argumentar, ni un diálogo práctico para convenir la mejor manera de resolver una situación de manera conjunta, actividades éstas muy loables y que definen al hombre conversador hasta el punto de ser determinantes en su evolución. No, la propaganda consiste en la comunicación en su modalidad más perversa: la que persigue la manipulación. La propaganda se especializa en estratagemas ligüísticas y de la percepción, encaminadas a dirigir y encauzar las voluntades de los consumidores. Una tecnología como ésta, tan productiva en el control lingüístico, no es de extrañar que fuera rápidamente asimilada y utilizada por los poderes rectores del Marco Institucional que depende de la “interacción simbólicamente mediada”, es decir, de la capacidad del lenguaje. A lo largo del siglo XX los sistemas que más férreamente han dirigido el Marco Institucional han hecho uso y han desarrollado con mucha intensidad la investigación en métodos propagandísticos, pero curiosamente, los que mejor han aprendido la lección han sido las iniciativas privadas que proclaman a los cuatro vientos lo maravillosa que es la Libertad. Por ejemplo, un principio propagandístico como este: "La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas", no se le ocurrió al payaso Ronald McDonald, sino que éste lo aprendió de Joseph Goebbels, ministro de propaganda Nazi[3].



[1] Ibid. p. 90

[2] Ibid. p. 91

[3] Doob, Leonard William. 1950. Goebbels' principles of propaganda

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