miércoles, 9 de mayo de 2007

¿La tecnología definitiva?

Como hemos visto hasta aquí, históricamente, el avance tecnológico de las diferentes civilizaciones ha sido causa y efecto del estadio socio-cultural y, por consiguiente, de las relaciones de poder que en su seno se establecen. Además, durante los últimos siglos el aumento de la complejidad tecnológica ha acarreado una mayor complejidad en estas relaciones.

Tras la secularización, y con más intensidad durante todo el siglo XX, la tecnología se ha impuesto como fuerza motriz de las sociedades avanzadas hasta el punto de poder afirmar, con Habermas, que la creciente interdependencia de investigación y técnica “convierte a las ciencias en la primera fuerza productiva”[1].

Y siguiendo esta senda optimizada para el desarrollo tecnológico, los humanos hemos llegado a la informática.

Cómo hemos visto, el avance científico no es absolutamente independiente, pero la aparición de nuevos artefactos que dejan obsoleta la tecnología precedente, y siempre que su aplicación no comprometa en exceso al sistema y sus relaciones de poder, pueden forzar la reorganización de este sistema y sus mecanismos para mantener estas relaciones. En este sentido, la aparición de la informática no ha sido simplemente un paso más en el desarrollo de los artefactos tecnológicos de que nos servimos, sino que ha supuesto un cambio de paradigma en el modelo de tecnología que venía aplicando el ser humano desde la noche de los tiempos: lo analógico ha sido sustituido por lo digital. Y este cambio ha traído una serie de descubrimientos, sobre todo en la gestión de la información, que han supuesto un paso de gigante irreversible y que, por primera vez, afecta a toda la humanidad en su conjunto.

Siguiendo el argumento de ciencia-ficción de Arnold Gelhen sobre la tecnificación de los órganos humanos, podríamos decir que hemos “tocado techo” con esto del ordenador y su capacidad para sustituir funciones básicas del cerebro. Pero como hemos dicho, lo realmente interesante de la digitalización es su capacidad de gestión de la información, su capacidad para reconvertir al simple lenguaje binario los estímulos perceptivos que nos sirven a los humanos para comunicarnos: la escritura, el sonido, las imágenes.

El lenguaje binario de la ausencia/presencia ha resultado de una tremenda adecuación al funcionamiento de nuestro cerebro. No se trata de un hallazgo reciente del mundo de la informática. Saussure, a principios de siglo ya definió el sistema de signos lingüísticos como “discreto” y no “continuo”. Por elementos discretos debe entenderse que están delimitados entre sí con precisión, sin ningún paso gradual del uno al otro, es decir, como una onda digital frente a una onda analógica, como la espiral de huecos y planicies (“pits” y “lands”) de un CD-Rom frente a la espiral de surco continuo de un disco de vinilo. Es por ello que la tecnología digital, discreta, se muestra tan versátil a la hora de emular procesos mentales, aunque claro está, sin la capacidad de inferencia humana. Lo mismo ocurre en la percepción de imágenes y sonidos: los puntillistas de finales del siglo pasado, ya se dieron cuenta de que podían concebir el espectro cromático como un sistema “discreto”, sin necesidad de gradar los colores, ya que el cerebro, con sus limitaciones perceptivas, se encargaba de generar las combinaciones necesarias para comprender la imagen en su totalidad. Hoy en día ésta es la manera en que funciona cualquier monitor: como un milimétrico y preciso cuadro puntillista. Y con el sonido ocurre lo mismo: ya no es necesaria la grabación de toda la onda sonora, con limitar los valores de la onda a nuestras capacidades perceptivas, se produce la sensación de sonido continuo, con lo que se ahorra en espacio facilitando el almacenaje y distribución de los sonidos.

De esta manera los elementos fundamentales de la comunicación: el sonido y la imagen (en la que se engloba la escritura), han sido de alguna manera domesticados, comprendidos y manipulados al extremo, gracias a una exhaustiva investigación de su funcionamiento y de los mecanismos de percepción humana durante cientos de años. Pero todos estos avances no han supuesto una auténtica revolución en la sociedad hasta que no ha aparecido la plataforma comunicativa total en la que poder depositar y consultar todas esas informaciones digitalizadas. Esto es, Internet. Y sobre todo en los últimos tiempos, con los programas de gran accesibilidad para no iniciados en la informática, que permiten la edición multimediática de manera simple y deductiva.

Y es que si bien la red no constituye en sí mima un Marco Institucional, no es menos cierto que existe una línea de actuación, y esto es lo más importante: por parte de los usuarios y no de los empresarios, que está madurando un sistema de normas cuya validez se funda en la intersubjetividad de acuerdo sobre intenciones y viene asegurada por el reconocimiento general de obligaciones. La diferencia con respecto a las normas sociales del Marco Institucional es que la desviación de las normas vigentes en este entorno de usuarios, no puede ser castigada con arreglo a sanciones establecidas por convención (como las de cualquier código penal), pero en muchos casos, la maldad derivada de esta desviación sí que puede ser subsanada. Nos referimos, por supuesto, a las iniciativas de tipo Software Libre, como Linux y Mozzila, Wikipedia y las de libre distribución derivadas de las anteriores como Creative Commons, etc. Son iniciativas que parecen estar consolidándose como la versión actual de la “esfera pública” de Habermas, ese espacio de la intelectualidad con vocación independiente, que engloba diversas instituciones sociales —clubes, periódicos, cafés, gacetas— “en las que se agrupan individuos particulares para realizar un intercambio libre e igualitario de discursos razonable, unificándose en un cuerpo relativamente coherente cuyas deliberaciones pueden asumir la forma de una poderosa fuerza política”[2]. En nuestro trabajo queremos analizar en profundidad estas iniciativas y ver hasta qué punto hay posibilidades de que su desarrollo se mantenga saludable y libre de influencias políticas y propagandísticas como parece que lo está haciendo hasta ahora.

Cuando nuestra capacidad de elección permanece coartada, cuando todo el sistema político en el que está inmersa la sociedad occidental se sustenta en un juego de ficciones para mantener desconcertado al consumidor, podemos observar, en estas manifestaciones del intelecto global, el auténtico espíritu democrático, aunque sea a modo de resquicio en el grueso muro de pensamiento único que proyecta la sobre-estimulación mediática. Se trata de iniciativas basadas en la comunicación humana sin intereses, en compartir conocimiento e información… y esto nos recuerda, que si en algún lugar del mundo se da la “racionalización” aplicada a la interacción simbólicamente mediada de la que hablaba Habermas, esto es, la “comunicación libre de dominio”, este lugar solo puede ser la Red, el gran Hipertexto.




[1] Habermas, Jürgen (1984): Ciencia y técnica como “ideología”. Ed. Tecnos (grupo Anaya S. A.) Madrid, p. 31

[2] Habermas, J., 1962, Strukturwandel der Öffentlichkeit, Neuwied,.

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